Nunca en la historia se ha conseguido nada grandioso deprisa y corriendo. Nothing at all. Más al contrario, la solemos cagar al hacerlo, así de claro. Eso no quiere decir que en algunos momentos debamos reaccionar rápido y decididos. No. Quiere decir que la velocidad en las acciones desvirtúa la propia facultad de sentirlas. La adrenalina lo tapa todo, es el antídoto a las emociones sosegadas y lentas. Pero se gasta pronto, y vuelve la calma a la fuerza.

Es fácil comprobarlo al hacer puenting (un día os contaré cómo llegamos a ser los primeros en tirarnos puente abajo), o después de una caída escalando, o al llegar a la reunión después de una lucha titánica con la pared.

La escalada, y el montañismo en general, está cambiando en su manera de sentirla. Eso no es malo ni bueno en sí mismo, pero sí muy significativo del camino al que se va dirigiendo. Ahora se objetiviza y se capitaliza todo, todo se pasa a datos. Los datos son los que importan, los que inciden en nuestra decisión. A las pocas horas de abrir la inscripción para una carrera de montaña, se llenan. Lo importante es hacer una marca concreta. Da igual lo que tengas alrededor. Al preguntar por una vía que se quiere hacer, lo primero que se pregunta es cuántas chapas tiene y el grado a partir del cual se puede acerar. El resto no importa porque tiene un papel más que secundario. Qué más da si es 8a y va por un tremendo desplome, si a partir de V lo puedo subir en A0. Qué mas da que sea una vía con los seguros alejadillos si con mi superpértiga puedo subir de chapa a chapa (os juro por Tutatis que he visto subir así La Zulú) Qué mas me da ser un escalador mediocre sin técnica ni táctica alguna, si tengo armas para trampear todo.

¡Si trampeo escalando, qué no voy a trampear en la vida! En el fondo, nos falseamos a nosotros mismos. Somos un timo de nuestra propia sombra. Si eso nos vale, adelante.

No se pregunta si es bonita, si tiene una aproximación hermosa, si nos pondrá a prueba, si nos exigirá lo mejor de nosotros, si las vistas desde sus reuniones son hipnóticas, si la roca es de buena calidad o, ni siquiera, cómo se desciende. ¿Para qué? Lo que prevalece es poder subir por allí, de la manera que sea.

Y si en eso convertimos la escalada, desaparecerá. Ahora mismo, se acerca más a subir ferratas que a subir paredes de roca con las manos y los pies. Escalar ya no exige lo mejor de nosotros. Muy al contrario, si la escalada nos enseña a trampear, estamos perdidos.

Decía uno de mis amigos juveniles, Homero, (¡así he salido!) en un libro que todos deberíamos leer (La Odisea) que cualquier momento puede ser el último. Todo es más hermoso porque estamos condenados. Nunca serás más adorable de lo que eres ahora. Nunca vamos a estar aquí de nuevo. Entonces, ¿por qué no disfrutarlo todo en su verdadera esencia?

La escalada como actividad posee tantas y tantas facetas positivas que la convierten en un deporte indiscutiblemente completo que sacará lo mejor de nosotros, nos hará mejores. Por eso falsearla es falsear nuestra propia vida.

No permitamos que la escalada inutilice nuestros sentidos sino muy al contrario, los espabile. Aprender a escalar dedicando el tiempo necesario a la técnica, a la táctica, a la forma física y al trabajo mental nos hará mejores escaladores, mejores personas y nos regalará momentos inolvidables que, al cerrar los ojos tiempo adelante, nos seguirán emocionando.

Si eso no es un regalo, nada lo es.